MANUELA SAENZ AIZPURU

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En esta parte del continente, existieron y existen mujeres que han dejado huellas por sus ideales, sus compromisos, sus luchas.
Blancas, negras, mestizas, criollas, indígenas. Ellas, desde hace mucho tiempo supieron que no había forma de habitar un mundo menos desigual, si no era comprometiéndose, luchando, dándolo todo, incluso la vida.

Llegamos hasta el presente, con todas Ellas como referentes, reconocidas u olvidadas por la Historia, reivindicadas o denostadas en la actualidad, son quienes nos interpelan a cada instante cuando las (re)conocemos, las recordamos, las acompañamos y las homenajeamos.

De la mano de Manuela Sáenz, heroína que luchó por la libertad, nada más y nada menos, al igual que María Remedios del Valle Rosas, Juana Azurduy/Asurdui, Micaela Bastidas, Bartolina Sisa, María Parado de Bellido y, más acá en el tiempo, de la mano de María Eva Duarte, las Mujeres Sufragistas, las Putas de San Julián, Milagro Sala, Susana Trimarco, Francia Márquez, Cristina Fernández y muchas más, han logrado con sus pensamientos y sus acciones, transmitirnos coraje además de orgullo.

Nacida en Quito el 27 de diciembre de 1797. Hija natural de Simón Sáenz. Su madre fue María Joaquina de Aizpuru.

Al morir su madre, pasó parte de su infancia y adolescencia en un Convento. Allí aprendió a leer, escribir, coser, bordar. Recordemos que el convento tenía como meta para aquel entonces “formar damas para la sociedad”.

La mujer no tenía voz ni voto para asuntos públicos del Estado. Era considerada como una simple fecundadora, cuidadora de niños, de su esposo, de su casa. Transmisora del culto católico.

Supo lo que era la humillación desde muy pequeña, ya que el mote de “bastarda” la acompañó durante muchos años, hasta que su padre decidió que se casara con el Dr. Inglés James Thorne, médico y comerciante, 20 años mayor que Ella.

Su carácter rebelde, la llevó con los años a abandonar el Convento convirtiéndose en una activa militante, habiendo sido testigo y protagonista de los principales sucesos sociales, históricos y políticos de la Gran Colombia, como lo fue el legendario encuentro de los Generales San Martín y Bolívar en Guayaquil, transformándose en el tiempo, en la persona que custodió la correspondencia epistolar privada de este último.

El 16 de junio de 1822 cambiaría su vida para siempre, fecha en que Bolívar ingresaba junto a sus soldados a Quito para liberarla del yugo realista; encontrando en Manuela, a una mujer especial, a una patriota que, junto a otras mujeres de la talla de Manuela Espejo, como así también de sus esclavas Jonathás y Natán, un eslabón fundamental en la gesta independentista.

Ella había decidido revelarse al matrimonio impuesto por su padre y de esta manera, acompañar al hombre que amó y admiró hasta el final de sus días: El General Simón Bolívar.

El 17 de diciembre de 1850 muere Bolívar y Manuelita, de la mano de sus enemigos, sería desterrada para siempre de Quito, falleciendo en Paita, Perú el 23 de noviembre de 1853, sola, enferma y pobre.

La historia la invisibilizó, pero desde distintos espacios, la recordamos y la homenajeamos porque supo con valentía, enfrentar al poder para luchar por la libertad y por los derechos de las mujeres.

Ella es un claro ejemplo de lo que fue para Latinoamérica, una de las primeras mujeres feministas.

Aún tenemos muchas mujeres por seguir descubriendo; guerreras, científicas, intelectuales, políticas, activistas, artistas, deportistas….

Hay tiempo, siempre lo habrá, en pos de seguir conociendo sus legados; los que nos enseñan, nos definen, nos identifican, porque todas fueron y son orgullosa e irremediablemente, latinoamericanas.

Ausentes en los libros, en las Academias, en los Museos.

Presentes en nuestro ADN. Para siempre.


Nota colaboración de VIVIANA BARALDO - Museóloga